Por: Germán Morales Zúñiga, profesor y director de la Escuela de Turismo UAO.
El niño camina en la manigua, por la naturaleza, absorto, mientras su padre, don Reinaldo, le muestra la magia verde que yace en ese lugar maravilloso que es Anchicayá. Pasan los días entre juegos de pescadores, conectados con la madre tierra por un instante, para seguir maravillándose con la vida misma.
Entre caminar, encontrar la magia verde y disfrutar de una buena pesca, también es posible entrar en el mundo de las metáforas del trópico, que la comunidad local te muestra de vez en cuando. Desde su sabiduría y su corazón, te reciben con la autenticidad de quienes conocen el secreto de la humildad, consagrados desde la selección natural en tradiciones comunitarias que se salvaguardan para siempre. Desde la mirada del alma, abren el corazón en un hogar cálido, como el que Adelina abrió en esta historia llena de colores, que hoy despiertan para el mundo en una sinfonía tropical llamada diversidad.
Son visiones de niño, de aquel instante sublime cuando el arcoíris entró en su alma, para que desde sus sueños, el pequeño Manuel Francisco se sintiera tocado en su corazón por la esencia del trópico. La diversidad, expresada en colores, llenó su alma de un sueño llamado la Casa de Colores. Desde los colores que te atrapan hasta la sabiduría de la madre tierra, que mientras dormía le susurró al oído que ese era su legado para el mundo: salvaguardar la selva tropical y reencontrarse con aquello que de niño lo hizo tan feliz. Los colores de la naturaleza, en una sinfonía para los sentidos, se transforman en metáforas que la musa de la naturaleza regala a tu conciencia para que logres entender que la paz que yace en Anchicayá es solo un regalo divino.
Los años pasaron sin detenerse y, en la cuenca de Anchicayá, en el Valle del Cauca, Colombia, en el corazón del Chocó Biogeográfico, la magia verde del Pacífico no se detiene. Tampoco se detuvo el sueño de Manuel Francisco, quien con esfuerzo y tesón logró hacer realidad esa pincelada de corazón. ¿Saben una cosa? ¡Lo logró! Construyó su Casa de Colores, que expresa lo mejor del trópico en cada detalle, y que, desde la distancia o la cercanía, se ve sencillamente espectacular.
Son los colores los que hoy moldean la vida de Manuel Francisco, quien, como empresario y líder comunitario en Anchicayá, junto a su equipo de lujo, Ashley y Claudia, no solo ha consolidado una familia maravillosa, sino también un emprendimiento que cada día se convierte en el símbolo de lo que significa Anchicayá: la magia verde, la expresión maravillosa de la megadiversidad.
La Casa de Colores reposa en medio del bosque tropical del Pacífico vallecaucano, allá en lo alto de la cuenca del río Digua, desde donde vigila y bendice estas tierras únicas. Ahí, en la vereda El Cauchal, a orillas de la emblemática carretera Simón Bolívar, antigua vía a Buenaventura, se encuentra este tesoro de colores escondido, que poco a poco despierta para el mundo. Matices, colores, historias, metáforas, cuentos y experiencias suspendidas en el tiempo, desde los recuerdos hasta los que hoy ya escriben los visitantes, que cada día son más, porque quieren estar en este lugar maravilloso: la Casa de Colores, cuyo corazón está en Digua Beach.
Aquí, en la Casa de Colores en Digua Beach, siempre te recibirán con la mejor energía y un café sobre la mesa, que podrás disfrutar mientras tus sentidos se maravillan con el paisaje, que parece sacado de una lámina o un caramelo de algún álbum famoso. Y, como para coincidencias, resulta que hace unos años, mientras la Nacional de Chocolates pensaba en una nueva edición del emblemático y patrimonial álbum de Chocolatinas Jet, “Vive la Aventura Colombia” (¿y quién de nosotros no se emocionó con este álbum, que está en la memoria de millones que crecimos coleccionando láminas?), alguien pasó por Anchicayá. No pudo dejarse seducir por un paisaje mejor que el que enmarca tus sentidos cuando pasas por la carretera del Digua y ves, allá arriba, esa casita de colores que combina con todo lo bueno de Colombia. Así fue como quedó inmortalizada, no solo en la memoria de quien tomó la foto, sino también en el álbum de las Chocolatinas Jet. Desde ese momento, la Casa de Colores, que un día el pequeño Manuel Francisco soñó, se convirtió en una realidad icónica de la cuenca del río Anchicayá.
Hoy, a la Casa de Colores llegan muchos visitantes queriendo encontrar esta historia maravillosa, un sueño arcoíris hecho realidad y estampado en el recuerdo de un caramelo multicolor. Aquí, en la Casa de Colores en Digua Beach, puedes entender que si el arcoíris vive en alguna parte, es en este lugar. Su esencia y su magia te tocan en lo más profundo de tu ser. Son colores, energías y bendiciones que llegan en cada instante para conectarte con la naturaleza, que trae en el viento del cañón de Anchicayá el arrullo de la diversidad tropical y que le habla directo a tu corazón.
Aquí, al mirar a lo lejos, puedes encontrar el verde de la naturaleza, la esperanza de la vida, el rojo del corazón que vibra con pasión por esta tierra. El degradé de amarillos al naranja refleja el sol de Anchicayá y el calor de hogar que se siente en este espacio. Seguir sorprendiéndote no será difícil mientras ves la neblina pasar entre el bosque tropical, mientras los ríos corren no solo cristalinos sino llenos del blanco de la paz. En esta caravana de colores, puedes encontrar el fucsia de los sueños arcoíris, el café tropical de la esencia de la cultura local, hasta el arcoíris completo que se expresa en la biodiversidad natural que aquí brota por metro cuadrado. Porque aquí, en Anchicayá y su Casa de Colores, los colores se sienten en el aire, en la atención, en un abrazo, una sonrisa, un saludo o una experiencia que te hace sentir como un soñador más. Como lo dice Manuel Francisco, aquí sientes el amor a Dios, a la naturaleza, al ecosistema y a todo lo que te rodea, como tu paraíso en la Tierra.
Bueno, ¿y usted ya se animó a conocer la Casa de Colores del Álbum de la Chocolatina Jet en Anchicayá, Valle del Cauca, Colombia?