Por: Germán Morales Zúñiga, profesor titular y director de la Escuela de Turismo de la Universidad Autónoma de Occidente.
En estas tierras de paisajes que, en degradé de colores, se transforman en una escena de realismo mágico, costumbrismo campesino, tradiciones y magia salvaje, o de pinceladas que se conjugan en el amanecer y atardecer, evocando lo sublime y maravillosamente megadiverso, yace el país que lo tiene todo en una sola inspiración. En sonatas de himno que, como la banda sonora de una película perfectamente sincronizada, te regala las escenas más bellas que el mundo pueda traer, como un cóctel tropical para tus sentidos. Ese país, mágica y armónicamente lleno de matices para el corazón de cualquier viajero, se llama Colombia.
Nuestra megadiversidad será siempre nuestra mejor bandera; nuestra cordialidad autóctona y comunitaria, nuestra mejor manera de decirle “hola” al mundo; y nuestras razas y culturas, la amalgama que, como sinfonía de metáforas, recibe al mundo entero en el corazón de un país que, desde su belleza única y de ensueño, se muestra hoy al mundo como ese pedacito de planeta que abraza la biodiversidad, para decirles que Colombia es su casa y que estamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para que la madre tierra siga siendo esa madre que nos cuide y que nos regale la existencia misma.
Colombia hoy abraza al mundo, recibe a los viajeros y a los países que quieren ser parte de una conversación planetaria por salvar lo que el viento y el tiempo nos ha dejado. Desde acciones mundiales, nacionales, regionales, municipales y a veces no tan visibles, pero maravillosas y locales, queremos discutir una agenda mundial por salvaguardar el espíritu de la pacha mama en Hotspots cargados de servicios ecosistémicos para el mundo, en una conferencia de las partes que, en sus 16 versiones, nos invita a ser una sociedad responsable con nuestra casa común: el planeta tierra.
Te invitamos a observar con atención, pues queremos mostrarte estas iniciativas comunes y corrientes que, desde espíritus altruistas y colectivos, intentan salvaguardar territorios donde nuestra biodiversidad ha estado en riesgo de extinción. Hoy, desde el turismo de naturaleza regenerativo, restaurativo, sostenible, comunitario, cultural y científico, y gracias a estas manos laboriosas, seguimos teniendo una oportunidad para el mundo. Pues sí, amigos y amigas del mundo, aquí, en una zona surcada por cordilleras, áreas protegidas, ríos, mares, páramos y valles interandinos, se guardan los secretos de comunidades resilientes y persistentes que han encontrado en la naturaleza y su apuesta biodiversa una oportunidad para vivir en paz y en armonía con la vida.
Estamos en el Valle del Cauca, el cruce de caminos entre los Andes de Colombia y el Pacífico, que, como ecotono natural y tierra de áreas protegidas por naturaleza, es el hogar de múltiples culturas y expresiones de la vida natural, en un ejercicio ecosistémico que llena estas tierras de bondades para la vida. En este Valle del río Cauca hay historias que debes descubrir para que te maravilles con la sonata de la vida y con el actuar comunitario que se resiste a que la vida simplemente desaparezca. Por eso, le apuestan a la conservación de nuestra biodiversidad.
Te contaré en este caminar valluno historias de reconciliación y paz con la naturaleza, en armonía con la vida, que palpita como nuestra madre cada vez que agradece los gestos de amor de quienes serán los artífices de esta historia. Una historia que inicia en conciencias que, desde el alma, construyen país, desde lo local, desde la comunidad y desde iniciativas que no se pueden pasar desapercibidas y que queremos resaltar para apoyar como sociedad, para que no se queden fuera de la mesa que discutirá su biodiversidad durante la COP16.
La historia que te quiero contar yace en la cordillera central, en la zona de amortiguación e influencia del parque nacional natural Gloria Valencia de Castaño Las Hermosas. Este gigante de la conservación, con corazón de niño, que, a pesar de las adversidades del conflicto, sigue teniendo la mirada llena de esperanza, ha sabido construir un lugar para preservar la vida.
Y la vida de nada más y nada menos que de nuestro árbol nacional, la palma de cera. Él es Jaime Quintero, el padre adoptivo de estas palmas, que, con dedicación y cariño, recoge de los potreros de Combia y las lleva a su casa, que se ha convertido en una sala cuna donde se desarrollan para después volver a los relictos de bosque que él selecciona y que ya de a poco da a conocer con su ruta de la Palma de Cera en Combia Andino y Pintoresco, entre las montañas de Palmira y El Cerrito. Además, se ha unido a otras familias locales, como la familia Zúñiga en Villa Aurita, para ayudar a otra especie emblemática del país, el romerón o pino colombiano, que ya tiene su propio vivero comunitario. Cada año, con los visitantes y los niños de las escuelitas locales, realizan la tradicional siembra de Palma y Pino Colombiano. ¡Definitivamente, que viva la vida! Qué “berracos” estos líderes comunitarios que hoy conservan estas joyas de Combia.
Que las historias no se detengan y que estos verdaderos influenciadores de la vida sean nuestros íconos y la imagen de un país de la belleza, que de verdad valora su riqueza natural. Nos vamos ahora a conocer una apuesta que, bajo el liderazgo de Parques Nacionales Naturales, los consejos comunitarios, el esquema de manejo conjunto, los empresarios locales y organizaciones de base, en el Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga, han logrado entender que tienen la sala cuna más grande del océano Pacífico. Aquí, cada año, llegan estas gigantes del mar que, entre danzas, arrullos, sonidos y cantos de la naturaleza, con la sincronía de la selección natural, nos regalan el espectáculo más lindo de la vida: llegar para dar vida a estas “colombianitas” que viajarán por el mundo llevando el mensaje de nuestra necesidad de paz con la naturaleza. Por eso, en Uramba se construyen hoy estrategias de buenas prácticas para el avistamiento de ballenas y para el ecoturismo, desde el ordenamiento del ecoturismo, la educación y la necesidad de protegerlas y cuidarlas para siempre. Llegaron las yubartas y, sin duda, hay que cuidarlas en esta fiesta de la conservación.
Entre el mar, las montañas y el Valle interandino, la ruta de la conservación nos trae a Santiago de Cali, la capital mundial de la diversidad, que, aunque poco se diga, tiene una zona rural representada por el 80% de su territorio, con la maravillosa bendición de tener dentro de su área un Parque Nacional Natural como los Farallones. Donde las historias de vida se encuentran entre las nubes y el mar, lo que le da a Cali una oportunidad única en las posibilidades que la diversidad y los negocios verdes tienen en el mundo y en las economías del siglo XXI.
La zona rural de Cali guarda procesos comunitarios e iniciativas de guardianes de los Farallones que, en silencio, han sabido prosperar desde el corazón de quienes de verdad creen en la conservación. No solo desde el auge del turismo, sino desde sus acciones históricas de décadas, guardadas como la joya de la corona, y que salen hoy, poco a poco, a la luz para decirle al mundo: “Aquí estamos”. Aquí, en el corazón del farallón de Cali, hay un proceso que, sin duda, es el reflejo de los sueños de vida que se transforman en realidad, en esas revanchas que da la vida cuando a quien las propone lo tildan de loco, perdido en su amor por la naturaleza. Y sí, ahí está Bichacue Yath Arte y Naturaleza.
Es, nada más y nada menos, el único cultivo de musgo en Colombia, consolidado en un lugar que antes fuera una zona sin vida, sin agua, sin oportunidades para muchos. Pero como de eso se trata ser soñador y perseverante, don Tomás Muñoz lo logró. Hoy, es para muchos el símbolo del turismo de naturaleza regenerativo, restaurativo, comunitario y cultural de esta Santiago de Cali rural, que le muestra al mundo que también es “loma”.
Mientras la conciencia colectiva nos enseña el valor de la naturaleza y nos preparamos para esta reunión en la que el mundo debate sobre el Convenio de Diversidad Biológica, la agenda 21, la adaptación al cambio climático, o qué tan sostenible somos, la comunidad continúa con sus procesos comunitarios. Intentan no solo ser visibles durante unos días en esta COP16, sino seguir fortaleciendo sus procesos de conservación de la vida.
Y, si de conservar la vida se trata, te quiero regalar esta última metáfora de la selección natural en joyas aladas que, desde nuestra admiración y nuestra perplejidad, nos tocan el corazón en el País de la Belleza, donde las aves surcan los cielos y nuestros ecosistemas estratégicos por montones. Esta maravillosa bendición le da al país ese honorífico primer puesto en el mundo, pero también es el honorífico primer puesto de responsabilidad colectiva por su conservación.
Y es que aquí, en Cali, que es la capital de las aves, hay un lugar como Pance, la puerta a los Farallones, con una comunidad unida en una asociación de avistamiento de aves. Se han dado a la tarea de encontrarlas, seguirlas y estudiarlas para lograr su conservación a través de la educación ambiental y del Festival de Aves del Río Pance.
Aquí, entre especies que cualquier avistador quiere conocer, encontrar, fotografiar y guardar en su memoria, se encuentran el saltarín rayado, la pava caucana, el gallito de roca, el pato de los torrentes, un balcón lleno de colibríes con al menos 20 especies, y la gran e imponente águila crestada. Estos hacen de Pance una ruta imperdible para el avistamiento de aves en Colombia, y que se integra a esta gran iniciativa comunitaria e institucional de hacer de Pance el primer destino de naturaleza de Colombia, con su gran apuesta: el Parque de los Parques.
Que siga la vida, que nuestra biodiversidad encuentre muchas oportunidades para mantenerse, no solo en nuestros corazones, sino en nuestro futuro sostenible. Y que nuestras acciones individuales y colectivas, como planeta, no tengan solo interés durante una conferencia de las partes como la COP16, sino para siempre, por nuestras futuras generaciones, y para que el País de la Belleza sea, en verdad, una potencia mundial de la vida.